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El Proyecto de Teatro Mapuche es una experiencia
joven en varios sentidos. Por un lado, lleva poco tiempo de desarrollo,
ya que comenzó hacia fines del año 2001; por otro
lado, participa de una discusión que los mapuche1 comenzaron
a instalar en los últimos años y que tiene múltiples
facetas. El hecho de formar parte de un movimiento activo –como
es el que generan las organizaciones mapuche– y de un debate político
y estético que lo atraviesa y lo excede, es lo que le da
marco y especificidad a este Proyecto. Intentaremos dar cuenta,
en este artículo, de algunas características del
contexto en el que se desarrolla y de algunas reflexiones que
el Proyecto ha generado.
La idea principal que guía el Proyecto de Teatro Mapuche
es crear un código teatral específico en el marco
de un debate más amplio acerca de la identidad mapuche
en el presente. El posicionamiento en este debate lo llevó
a integrar, desde el año 2002, la Campaña de Autoafirmación
Mapuche “Wefkvletuyiñ-Estamos resurgiendo”, que promueve
la discusión acerca de la identidad a partir del cuestionamiento
a los discursos hegemónicos que la han construido, basándose
en una imagen folklórica, rural y esencialista. Al tomar
como punto de partida esta discusión, la campaña
pretende combatir las consecuencias de la fuerte discriminación
de la que el pueblo mapuche fue víctima a lo largo de su
relación histórica con los estados nacionales de
Chile y Argentina, discriminación que continúa padeciendo
hoy en día. En esta tarea se apunta también a dar
cuenta de la heterogeneidad de la realidad mapuche actual –tanto
en las áreas rurales como en las urbanas– y de las principales
reivindicaciones y demandas, muchas de las cuales derivan de conflictos
territoriales con agencias estatales, privadas y transnacionales.
Coordinada por un equipo de seis mujeres jóvenes de entre
dieciocho y treinta años –la mayoría mapuche– la
campaña articula proyectos de arte y comunicación
que apuntan, como prioridad, a la juventud mapuche que vive en
los barrios periféricos de las ciudades. La sede de la
campaña se encuentra en Bariloche –provincia de Río
Negro, Argentina– y las producciones se presentan en las provincias
del norte de la Patagonia argentina y en el sur de Chile, región
que constituye el territorio ancestral mapuche.
Las autoras de este artículo pertenecemos a la coordinación
general de Wefkvletuyiñ y, desde ese lugar, queremos compartir
aquí diferentes impresiones que hemos ido generando y recibiendo
a partir de los primeros momentos de desarrollo. El proyecto de
teatro está coordinado por la actriz y docente mapuche
Miriam Álvarez y cuenta con la participación de
otros miembros de la campaña, además de una red,
en constante movimiento, de colaboradores mapuche y no mapuche.
Hasta el momento, ha puesto en escena dos obras: Kay Kay egu Xeg
Xeg (2002) y Tayiñ Kuify Kvpan –Nuestra vieja antigua ascendencia
(2004).2
Para comprender mejor la propuesta y la discusión política
en la que se enmarca, nos parece pertinente comenzar con un breve
esbozo del contexto histórico y presente. Luego desarrollaremos
un análisis de las obras desde la perspectiva macro en
la que se insertan para, finalmente, presentar algunas apuestas
que definen la propuesta actual.
LA REALIDAD MAPUCHE
A fines del siglo XIX el territorio patagónico fue apropiado
violentamente por los estados argentino y chileno que desarrollaron
dos campañas militares paralelas contra el pueblo mapuche:
la Campaña del desierto y la Pacificación de la
Araucanía. Desde ese momento la política del estado
argentino, que incluyó la usurpación y redistribución
de las tierras y la asimilación política, fue sustentada
por una ideología hegemónica basada en la extinción
y la asimilación de los indígenas a una sociedad
pensada como eminentemente blanca y europea.
Este planteo ideológico legitimó el despojo territorial
y las relaciones de subordinación y explotación
que se reproducen hasta el presente. Además, favoreció
la negación discursiva de la presencia mapuche y el desarrollo
de estrategias “invisibilizadoras” y de des-marcación de
la identidad por parte de los afectados en contextos altamente
represivos y discriminatorios. Una de las consecuencias que esto
trajo aparejado fue una profunda fragmentación social en
el seno del pueblo mapuche. Por ello, promover la reflexión
en torno a la cuestión de la identidad no es un tema menor
sino que constituye un objetivo político enmarcado en el
proceso general de discusión del pueblo mapuche.
A partir de mediados de la década de 1980, en el marco
del importante movimiento por la defensa de los derechos humanos
que denunció las atrocidades cometidas por la última
dictadura militar en Argentina, la cuestión indígena
comenzó a hacerse visible. Como resultado de un complejo
proceso de organización política indígena
en interacción con diferentes agencias –muchas de ellas
vinculadas con la defensa de los derechos humanos– se consiguió
una serie de reconocimientos jurídicos para los pueblos
indígenas, cuyo hito fundamental fue la reforma constitucional
de 1994, que les reconoció prexistencia étnica y
cultural al Estado.
El proceso de organización mapuche durante las décadas
de 1980 y 1990 fue exitoso en demostrar la existencia de un colectivo
social con características propias que deben ser respetadas
por el Estado argentino. Sin embargo, este esfuerzo no logró
impugnar la imagen esencialista y folklórica de la identidad
mapuche. Se trata de una imagen que, por un lado, reduce y simplifica
la complejidad de la situación en las áreas rurales
y, por otro, no da cuenta de la realidad de la gran masa poblacional
que, expulsada del campo, hoy en día vive en las periferias
de las ciudades. Para lograr la reconstitución profunda
del tejido social es necesario abordar la complejidad y redefinir
las nociones de identidad para dar cuenta de la gran heterogeneidad
del pueblo mapuche en el presente.
Teniendo en cuenta este panorama, el trabajo de la Campaña
de Autoafirmación –en la que se enmarca el proyecto de
teatro– apunta a generar una reflexión colectiva que permita
elaborar una explicación de la realidad presente; y oriente
a los mapuche hacia una conexión con la memoria histórica
y sus prácticas culturales, así como con un proyecto
colectivo. Se trata de convertir la frustración paralizante
en acción creativa que proyecte a los mapuche como individuos
y como pueblo hacia una nueva situación. De este modo se
pretende, también, instalar la discusión en la sociedad
en general, para revertir el silenciamiento y las prácticas
racistas y discriminatorias que la atraviesan.
En el marco de los planteos generales de la campaña, el
Proyecto de Teatro Mapuche se propone construir un código
teatral que contribuya a crear identificaciones colectivas a partir
del repertorio gestual, los géneros discursivos y las formas
culturalmente específicas de utilizar y otorgar significado
al espacio físico y al del pensamiento. El Proyecto apunta
a elaborar una propuesta basada en gestos, coreografía
y escenografía, además de incorporar el idioma mapuche:
el mapuzugun.
LAS DOS SERPIENTES
El nivel del agua seguía creciendo. Era la serpiente Kay
Kay que se retorcía de tristeza y enojo con la gente. Movía
su inmenso cuerpo brillante sobre las aguas frías. Entonces
llamaron a la serpiente Xeg Xeg para que los ayude y peleó
con Kay Kay pero ninguna de las dos fuerzas ganó, sino
que al encontrarse para luchar quedaron enlazadas formando un
círculo donde Kay Kay no podía mover ya las aguas
y Xeg Xeg podía tener a la gente a salvo. Así quedaron
manteniendo el equilibrio, y el círculo formado por las
dos serpientes es el mismo que sostiene la tierra de la gente.
(...) Tuvieron que rogar a Xeg Xeg por ayuda y conocer a Kay Kay,
agitando las aguas por su enojo. Enojo causado por ver que la
gente sólo era “che” y se había olvidado de la tierra
para ser “mapunche”. Hoy Kay Kay comienza otra vez a agitar las
aguas y, como aquella vez, nos estamos olvidando de la tierra,
de ser gente de la tierra, de ser mapunche, ¿no deberíamos
escuchar a los espíritus de nuestro pasado?
Estos son fragmentos del texto de la primera obra que el Proyecto
estrenó, Kay Kay egu Xeg Xeg, basada en el mito de origen
del pueblo mapuche. La obra fue el resultado de un taller de tres
meses que el proyecto coordinó en el paraje Trompul de
la comunidad mapuche Curruhuinca, cercana a la ciudad de San Martín
de los Andes, provincia de Neuquén. Se presentaron en escena
alrededor de treinta personas de la propia comunidad: niños,
adultos y personas mayores. Ninguno de ellos tenía formación
actoral previa y eso determinó fuertemente la idea de puesta.
Aunque la obra mantuvo en su estructura rasgos firmes del teatro
tradicional, no se trabajó a partir de la construcción
de personajes, sino que la puesta se estructuró fundamentalmente
en base a lo que Eugenio Barba denomina “partituras gestuales”,
elaboradas con danzas tradicionales, figuras ceremoniales y acciones
cotidianas. Tampoco hubo escenografía, y el texto, que
no incluía diálogos, se presentó en versión
bilingüe con tres actrices haciendo el personaje de una narradora.
El estreno de Kay Kay egu Xeg Xeg fue durante el Primer Encuentro
de Arte y Pensamiento Mapuche, en Bariloche, febrero de 2002.
El Encuentro convocó a grupos de teatro, musicales, poetas,
artistas plásticos, artesanos y organizaciones de distintas
ciudades y comunidades. Contó con la presencia de delegaciones
de diferentes localidades de Argentina, y también de Temuco
(Chile). El estreno de Kay Kay egu Xeg Xeg fue uno de los momentos
de mayor potencia emotiva de un encuentro que, en general, fue
profundamente conmovedor.
Al tiempo que se articulaban gentes y circuitos y se desdibujaban
distancias, se debatía acerca de las insalvables diferencias.
Cómo reconstruir lo mapuche en la diversidad, lengua sí,
lengua no, cómo, desde dónde, quiénes, con
cuáles, contra quiénes y, por sobre todas las cosas,
para qué. El sentido de lo mapuche en el mundo social y
en el mundo de la vida de cada uno de los que allí se “encontraron”
(mapuche y no mapuche), constituyó en última instancia
el nudo de la cuestión; ese nudo que por apretado y dilemático
terminó estallando en un grito y un llanto al final de
la obra teatral que presentó el Proyecto de Teatro Mapuche.
Ese único grito y llanto fue una síntesis que daba
cuenta al mismo tiempo de la especificidad y de la colectividad;
obviamente el grito y el llanto al unísono no tuvo idéntico
sentido para cada quien que lo profirió, sin embargo, fue
la expresión de nuestros atravesamientos. Al fin y al cabo,
todos estamos atravesados (por distintas cuestiones, por las mismas
en distintos niveles, por nosotros –que solemos ser nuestro peor
enemigo– y por los otros –que tampoco suelen ser un derroche de
piedad– y eso duele, a veces desespera, otras esperanza, pero
siempre deja un gusto amargo de infinita soledad. De allí
que el Encuentro operó a favor de la reconstrucción
de nuestros “atravesamientos”.3
A pesar del éxito del estreno de la obra, el desarrollo
del taller de teatro –coordinado por Miriam Álvarez, Fresia
Mellico y Graciela Knesevich– y la elaboración misma de
la puesta generaron una serie de problemas que, en gran medida,
tuvieron que ver con dos supuestos errados, vinculados a la misma
concepción hegemónica que se pretendía cuestionar.
El primero de esos supuestos es el que sostiene que la identidad
mapuche está más viva en las comunidades rurales
que en las ciudades. El segundo es que la identidad reside en
una serie de contenidos culturales específicos.
El Proyecto esperaba encontrar con mayor facilidad en la comunidad
hablantes fluidos de mapuzugun así como prácticas
de lo que la perspectiva folklorizante construye como patrimonio
cultural: relatos, danzas, ceremonias, etc. Por el contrario,
los miembros de la comunidad en su mayoría, no dominaban
el idioma y estaban muy lejos de definirse a sí mismos
como mapuche. Solamente había autodefiniciones explícitas
de la identidad en instancias de demanda de derechos ante el Estado
o en conflictos con particulares no mapuche. Sólo en esas
ocasiones de confrontación ante el “otro” la identidad
aparecía nombrada con palabras y actuada, enfatizando la
diferencia cultural en un sentido desafiante. De hecho, la puesta
incorporó un vestuario específico, sugerido por
los actores, que remitía a una imagen tradicional que poco
tiene que ver con la cotidianidad de la propia gente de la comunidad.
Los actores eligieron utilizar esa vestimenta impulsados por la
idea de representar lo “auténticamente” mapuche.
Sorpresivamente, uno de los efectos más poderosos de la
puesta en escena de la obra fue el impacto que generó en
los actores, que se vieron arrastrados por la potencia emotiva
de sus propias acciones. La obra consiguió instalar una
noción no homogeneizante de “nosotros”, que no precisaba
de la presencia de un “otro” ante el cual confrontar. Logró
instalar la pregunta por la identidad y también por su
debilidad en el presente, a la vez que hizo un llamado al compromiso
de todos con esa misma pregunta. La noción de debilidad
fue instalada con una fortaleza tal que involucró tanto
al público como a los que estaban en el escenario y, en
ese sentido, cumplió con su objetivo principal. A partir
de esta experiencia se conformó el grupo de teatro de Trompul,
que sigue presentando la misma obra en diferentes escenarios con
notable aceptación.
LA PRESENCIA DE LOS MUERTOS
El hecho de que la identidad no sea verbalizada en los términos
hegemónicamente esperados en todo momento, no quiere decir
que no haya una experiencia social e histórica específica
mapuche fuera de los intereses instrumentales; solamente que hay
que buscar su inscripción y actuación en otra parte
y en otras formas. Ni el discurso político, ni el supuesto
patrimonio cultural folklorizado permitieron encontrar el material
necesario para desarrollar profundamente la propuesta del proyecto
de teatro que, por lo tanto, tuvo que redefinirse a partir del
retorno a la pregunta inicial: ¿qué es ser mapuche?
La primera de estas redefiniciones tuvo que ver con la comprensión
de que el proceso de dominación, discriminación
y subordinación había tenido efectos diferentes,
pero igualmente intensos, tanto en ciudades como en áreas
rurales. Entonces no se trataba de ir a buscar en el campo la
esencia de la identidad. Había que comenzar a redefinir
la noción misma de pueblo mapuche como totalidad, y empezar
a mirar hacia todos los espacios territoriales por igual. La segunda
redefinición tuvo que ver con pensar que la identidad no
consiste en la asociación de una categoría verbal
con un contenido cultural cosificado. Y que no reside solamente
en el idioma y en la vida ceremonial, sino que está inscrita
en los cuerpos y la experiencia cotidiana de todos y cada uno.
A partir de estas ideas, la segunda propuesta del Proyecto de
Teatro Mapuche se instaló en la periferia urbana. A partir
de un taller desarrollado durante el año 2003 en la ciudad
de Bariloche, con un grupo heterogéneo y fluctuante de
gente mapuche que tampoco tenía formación actoral
previa, el Proyecto elaboró su segunda obra: Tayiñ
Kuify Kvpan –Nuestra vieja antigua ascendencia.
En el taller se trabajó alrededor de la relación
mapuche con los alwe-muertos. Se retomaron formas tradicionales
vinculadas al entierro y se trabajó con la relación
concreta que los participantes del taller tenían con sus
propios muertos. Estaba, por un lado, la idea de los antepasados
como figura genérica y, por otro, la presencia concreta
de muertos que tienen una relación de parentesco con los
vivos: los abuelos y abuelas que aconsejan a través de
los sueños y las ceremonias. Además, se trabajó
con un género discursivo relacionado con la memoria histórica
del pueblo mapuche, el gvxam.
El resultado fue una puesta completamente distinta a la anterior.
Para empezar, esta vez hubo únicamente cinco actores en
escena. Por otra parte, se reformuló la disposición
espacial para responder a concepciones vinculadas a la religiosidad
mapuche y el resultado fue un escenario central con cuatro entradas.
Se incorporó también la proyección de diapositivas
y el trabajo de utileros que colocaban y quitaban diferentes objetos
del escenario.
La obra quedó dividida claramente en dos partes. La primera
parte fue un rompecabezas de cuadros con potencia visual, cargados
de simbología mapuche pero sin relato. Era una exposición
casi fotográfica de situaciones que podrían pensarse
en un tiempo mítico. La segunda parte introducía
la memoria histórica a través de la construcción
de dos personajes: una abuela y una joven. El problema es que
estas dos partes resultaron tan diferentes en su propuesta que
podrían constituir dos obras distintas. Las dos ideas generadoras
(el tratamiento de la muerte y el del gvxam) no fueron bien articuladas
en el proceso del taller. Pero, en términos de la discusión
general, hubo problemas aún más importantes.
La apuesta, en Tayiñ Kuify Kvpan fue mayor que en Kay Kay
egu Xeg Xeg. Se incorporaron elementos mapuche en la distribución
espacial, el texto dramático y la escenografía,
además de la construcción de personajes. Sin embargo,
el énfasis en estas reformulaciones hizo perder el hilo
de la discusión política, y el resultado reprodujo
argumentos que inicialmente se pretendía cuestionar. Por
un lado, se instaló la concepción de la migración
a las ciudades como causante de pérdida de identidad. Por
otra parte, si bien la idea original era plantear la presencia
de los alwe como fuente de fortaleza y el mensaje de la obra logró
instalarla, acabó orientando su lógica a la necesidad
de retorno a un pasado esencial. Finalmente, también se
reprodujo el concepto hegemónico de que los mayores lo
saben todo y los jóvenes todo lo ignoran, en lugar de valorar
las diferentes trayectorias como igualmente cargadas de experiencia
y sentido.
Pero, aun con estas dificultades, hubo una continuidad entre la
primera y la segunda obra que merece ser rescatada. Describimos
ya el impacto del estreno de la primera obra en términos
de instalar una pregunta por la identidad involucrando a público
y actores. El estreno de la segunda, aunque no contó con
el contexto especial que brindó el Encuentro de Arte y
Pensamiento, generó un momento similar.
Para empezar, la sala –la misma en la que se estrenó Kay
Kay egu Xeg Xeg– se llenó de público eminentemente
mapuche que, en la mayoría de los casos, nunca había
ido al teatro. En la entrada se presentó una muestra de
producciones mapuche, que funcionó como espacio de intercambio
entre artistas y asistentes. Además, la obra fue introducida
por la actuación de dos músicos mapuche –Chacho
Liempe y Rodolfo Cancino– que también hicieron el cierre.
Finalmente, al terminar la obra se escuchó el mismo grito
y llanto que había estallado en el estreno de Kay Kay egu
Xeg Xeg. En definitiva, ambas obras lograron generar una situación
de identificación, una “situación mapuche”, que
se convirtió en característica fundamental de este
proyecto de teatro.
TENDENCIAS EN EL TEATRO MAPUCHE
CONTEMPORÁNEO
Este proyecto no es la única propuesta teatral que emerge
en el campo de las producciones artísticas mapuche. Hay
varias experiencias a uno y otro lado de la cordillera de los
Andes y, aunque no nos detendremos aquí en la descripción
de cada una, nos interesa destacar dos de las tendencias que atraviesan
este campo y que nos parecen un buen punto de partida para la
discusión.
La primera es la que se orienta a manifestar la presencia mapuche
y a denunciar las injusticias históricas y presentes ante
una audiencia eminentemente no mapuche. El reconocimiento público
de las propuestas teatrales enmarcadas en esta tendencia comenzó
a darse en el contexto de auge del movimiento de defensa de los
derechos humanos y en las primeras demandas por el reconocimiento
de los derechos indígenas, hacia mediados de la década
de 1980. Atravesada por las sensibilidades sociales del momento
político en el que emergió, esta tendencia enfatiza
la diferencia cultural y su valoración como patrimonio
de un pueblo milenario que ha sido y es negado y discriminado.
Aunque este teatro de denuncia responde a una necesidad concreta
de reconocimiento, acarrea también algunos riesgos. El
énfasis en la diferencia cultural en términos de
contenidos concretos (idioma, ceremonias, relatos, música,
etc.), muchas veces implica una apelación al esencialismo
que, aunque operativo, acaba reforzando una concepción
purista de la identidad que deja afuera a la mayor parte del pueblo
mapuche. Además, esto suele complementarse con una autoimagen
que destaca el sufrimiento y el sometimiento los cuales, aunque
no exentos de dignidad, opacan otros aspectos de la vida mapuche
más vinculados a la resistencia y a la fortaleza.
La segunda tendencia que identificamos se basa en la concepción
del teatro como herramienta para la transmisión de conocimientos
específicos que se encuentran fuera del hecho teatral mismo.
Vinculado, en algunos casos, a proyectos de educación intercultural
y, en otros, a proyectos políticos de organizaciones concretas,
el teatro didáctico formula situaciones problemáticas
y siempre ofrece una respuesta única.
El hecho de perseguir fines que están fuera de la situación
teatral lleva al teatro didáctico a profundizar poco en
el lenguaje y a generar puestas realistas que siguen una lógica
transparente y cerrada, notablemente occidental. En algunos casos
las propuestas llegan a ser marcadamente conservadoras en cuanto
a los valores morales y religiosos que hacen al “buen mapuche”
y, además de reproducir el esquema folklorizado –y folklorizante–,
sancionan fuertemente prácticas que forman parte de la
vida cotidiana de la mayoría de los mapuche. No está
allí la pregunta acerca de la identidad sino la respuesta
única y excluyente.
El Proyecto de Teatro Mapuche se vio atravesado por algunos aspectos
de estas dos tendencias en diferentes momentos. Ya señalamos
los valores conservadores que acabó instalando Tayiñ
Kuify Kvpan y los elementos esencialistas que se reprodujeron
en Kay Kay egu Xeg Xeg. La reflexión en torno a estos elementos
–que tienen que ver con cierta concepción acerca de la
identidad– y el análisis crítico de las dos puestas,
llevó a profundizar la discusión en torno a una
pregunta concreta: ¿para qué desarrollar un teatro
mapuche?
En esta coyuntura no se trata ya de denunciar ante los otros la
presencia mapuche y su particularidad, como lo fue en las últimas
dos décadas del siglo XX. Tampoco se persigue la transmisión
de valores y conocimientos con fines educativos. De lo que se
trata es de conmover para mover, es decir, para producir sentido
y fortalecer lazos. La idea es poder construir un “cuerpo mapuche”
en escena. Ante lo invisible, la propuesta es oponer lo más
visible: lo que está iluminado en el escenario. Pero este
cuerpo visible no será el cuerpo golpeado, rendido y asimilado
del teatro de denuncia, sino un cuerpo vivo y orgulloso. Un cuerpo
que recupere las prácticas culturales que le son propias
sin recurrir para fundamentarse al esencialismo –que funciona
para ser reconocido por los otros– sino a la memoria histórica
y a la vida cotidiana que permiten la (re)construcción
de “nosotros”. El objetivo no es dar respuestas sino instalar
preguntas: ¿Qué es ser mapuche? ¿Qué
significa ser mapuche hoy?
Este es un proyecto en tránsito por el territorio mapuche,
una discusión dramática que atraviesa realidades
distintas que son parte de la misma realidad. Es una discusión
que se materializa en formas diversas que dependen de los momentos,
los lugares y las personas concretas que se apropian de ella.
La continuidad está dada por la pregunta sobre la identidad
y no por sus múltiples respuestas, porque las propuestas
rígidas no responden a la dinámica real de la vida
de la gente y a la circulación de las ideas.
Se trata de actuar y nombrar aquello que permaneció y permanece
invisible para los propios mapuche: la experiencia histórica,
la presencia como pueblo. Es una experiencia subalterna que no
fue narrada o, mejor dicho, que fue narrada de una sola manera
y, de ese modo, clausurada. Es necesario que se pueda hablar de
“lo mapuche en el mundo social” valorando todas las trayectorias
sin priorizar una como la correcta. Sin embargo, este proyecto
acarrea un dilema en su tránsito: ¿Es posible nombrar
sin clausurar?
ESTAR Y HALLARSE:
HACIA UNA SITUACIÓN MAPUCHE
El golpe de efecto logrado por Kay Kay egu Xeg Xeg produjo en
los participantes la vivencia de una relación dialógica
real (ya no formal), el protagonismo de los que actuaron fue reconocido
y legitimado por quienes respondieron con sus brazos en alto,
con palmas, con Marici Weu, desde un espacio tan protagónico
como el del escenario. Refundando así, desde una versión
telúrica, la definición de “encuentro” del pequeño
diccionario Kapelusz: “Concurrir simultáneamente a un lugar
dos o más personas. Estar, hallarse”.4
El grito ¡Marici Weu! es traducido de diferentes maneras
por las organizaciones mapuche. Una traducción ampliamente
utilizada es: “Diez veces estamos vivos, diez veces venceremos”,
a la que también se suele agregar: “Por cada uno que caiga,
diez se levantarán”. Ese grito se escuchó al final
de cada una de las obras que el Proyecto de Teatro Mapuche puso
en escena. En ese momento espectadores y actores eran uno: heterogéneo,
conflictivo, pero único. Un único pueblo que resiste
y perdura.
Este cierre le da un sentido específico a las obras, un
sentido que se puede producir porque una parte importante de la
audiencia es mapuche. El grito es una clave para compartir lo
que sucede desde un lugar colectivo que excede la relación
espectador/actor. La apuesta del proyecto está en la lógica
de la “situación mapuche” que esa clave instaura, y no
únicamente en la lógica de cada obra en sí
misma. Se trata de crear un momento de comunión que genere
un estado de bienestar colectivo. Al igual que en las ceremonias,
la idea es salir diferente y salir bien.
Resumiendo, en su tránsito por las diferentes realidades,
con sus logros y dificultades, el Proyecto de Teatro Mapuche intenta
no perder de vista ni la pelea por el reconocimiento de derechos,
ni esta otra pelea –profundamente política– por recuperar
la sensibilidad como pueblo.
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